miércoles, 28 de febrero de 2018

Declaración de la Regencia nacional y carlista de Estella ante la designación de Juan Carlos como Rey de España. 26 de Octubre de 1969

DECLARACIÓN DE LA REGENCIA NACIONAL CARLISTA DE ESTELLA
ANTE LA DESIGNACIÓN DE SUCESOR DEL RÉGIMEN IMPERANTE
En la llamada Ley Orgánica del Estado se ha basado recientemente D. Francisco Franco para designar como sucesor suyo a D. Juan Carlos de Borbón, con la pretensión de que éste sea, en su día, rey de España.
Esta Regencia, en 1º de diciembre de 1966, hubo de constatar y declarar la ilegitimidad y la injusticia, la antitradicionalidad y la nulidad de aquella supuesta Ley que entonces se sometía a referéndum.
Proseguía así la Regencia en el cumplimiento de su misión de defensa y propugnación de la verdad y de la legitimidad españolas, de la vigencia soberana del 18 de Julio y de la España de siempre.
Al igual que hoy, por las propias razones, debe constatar que los actos dimanantes de una Ley ilegítima y nula son necesariamente también ilegítimos, inválidos e injustos, como lo son los actos de futura sucesión que tuvieron lugar en Madrid los días 22 y 23 de julio último.
Su ilegitimidad resulta, además de los siguientes hechos:
1º. LA ILEGITIMIDAD DEL RÉGIMEN. Se origina dicha ilegitimidad el 30 de septiembre de 1936 por la imposición unilateral de una dictadura en contra de los Pactos del Alzamiento. Se agrava después, el 19 de abril de 1937, por la implantación de la tiranía totalitaria, opuesta al Derecho Natural, a la misma esencia de nuestra Patria y a la voluntad de las fuerzas que alumbraron y mantenían con su sangre la Cruzada. Y culmina su ilegitimidad con una sucesión de acciones y omisiones públicas, escalonadas en más de treinta años, tendentes a la total desvirtuación del espíritu religioso y patriótico del Alzamiento-Cruzada de 1936. Para así invertir su resultado y lograr, al final del maquiavélico proceso, el restablecimiento y el predominio de la Revolución que había sido decretada en los campos de batalla. Entre esas etapas están la rotura de la Unidad Católica, el “contraste de pareceres”, el falso sindicalismo, el centralismo opresor de la personalidad de las Regiones, etc.,  y ahora el anuncio de una pseudo-monarquía con un rey de mera figura, que significan la progresiva y próxima vuelta a una situación análoga a la de vísperas de la II República.
2º. LA ILEGITIMIDAD DE SUS CORTES. Las Cortes actuales no son, en manera alguna, representativas del pueblo español. En realidad sólo representan, y obedecen, al propio Régimen imperante, por cuanto sus miembros no son Procuradores de la Nación, sino servidores de la dictadura. En su abrumadora mayoría, los Procuradores o son funcionarios públicos o detentan cargos designados gubernativamente. Y sin excepción alguna deben todos su candidatura al control y favor del Régimen. En consecuencia, aparte de su ilegitimidad, los actos del 22 y 23 de julio de 1969 no son actos de Cortes, sino actos dictatoriales, que de ningún modo expresan la voluntad nacional.
3º. LA ILEGITIMIDAD DEL PRÍNCIPE IMPUESTO COMO PRETENDIDO REY, EN SU DÍA. Por más que se diga que los actos de 22 y 23 de julio último son de instauración, en realidad son de restauración de la rama Alfonsina revolucionaria y usurpadora. Tal restauración está implícitamente reconocida por el “instaurador” y por el “instaurado” al repetir ambos que en éste confluyen las dos ramas dinásticas, alusión fuera de lugar si de veras pretendiera una instauración.
Esta ilegitimidad de don Juan Carlos de Borbón, que concurre con las demás ilegitimidades de su impuesta designación, está declarada en las disposiciones de los Reyes legítimos de España, con autoridad indudable para decretarla.
Omitiendo, por brevedad, más disposiciones reales al respecto, recordaremos sólo lo decretado el 10 de marzo de 1936, por S.M.C. don Alfonso Carlos I, precisamente el Rey con quien pactaron los militares el Alzamiento y sus condiciones: «Según las antiguas Leyes españolas, la rama de don Francisco de Paula perdió todo su derecho de sucesión por rebeldía contra sus Reyes legítimos, y lo perdió doblemente don Alfonso –llamado XII– para él y para toda su descendencia por haberse batido al frente de su ejército liberal contra su Rey Carlos VII, y así lo perdieron los Príncipes que reconocieron la rama usurpadora».
La dinastía ilegítima de don Juan Carlos, por otra parte, advino siempre al Poder no por hechos de arraigo popular, sino por maniobras revolucionarias fraguadas desde el mismo poder, como en los casos de los llamados Isabel II y Alfonso XII.
No es de extrañar, pues, que don Juan Carlos, fiel a la índole de su rama dinástica, acepte la sucesión que le da el propio Poder revolucionario y se muestre indiferente a que ni antes ni después de su impuesta designación se haya producido una sola manifestación popular de adhesión.
La dinastía ilegítima de don Juan Carlos, por su propia naturaleza usurpadora y revolucionaria, llevó a España a la disolución y a la ruina –como reconoció el propio Franco en su contradictorio discurso “justificativo” de la designación–, degradando a nuestra Patria, desde su ser de brazo de la Cristiandad en el mundo, hasta convertirla en esclava de la Revolución satánica y antiespañola y en palenque de sus intereses y sus luchas intestinas. 
Así, la rama usurpadora de don Juan Carlos es la dinastía de los tristes destinos que convirtió a España de potencia internacional en impotencia nacional. Tal dinastía, también por su propia naturaleza, es incapaz de lograr que nuestra Patria se recobre a sí misma. En esta rama dinástica, servil instrumento de la Revolución, sea cualquiera la forma en que se presente, sus pretendidas catolicidad, españolidad y tradicionalidad, son máscaras que la misma Revolución impone para engaño de incautos y consiguiente mejor logro de sus fines.
Por su ilegitimidad y por su injusticia intrínseca, el hecho revolucionario y dictatorial de la imposición de sucesor de 22 de julio y el hecho revolucionario y servir de la aceptación de 23 de julio, agravan considerablemente el problema de vida o muerte, ya tres veces solapadamente impuesto a los españoles desde 1833 por la dinastía isabelina al servicio de la Revolución extranjera, de la anti-España.
El problema que se plantea a los españoles es el ser leales a la Patria auténtica, católica –pero oscurecida y en apariencia inerme–, o el traicionarla, sirviendo a la anti-Patria, a la Revolución mundial antiespañola y satánica –pero prepotente, arrolladora y rebosante de promesas y dádivas–.
Pero todo esto ocurre porque, a pesar de cualquier apariencia contraria, la dictadura imperante ha sido revolucionaria desde su nacimiento.
Y, en consecuencia, enemiga natural y radical del espíritu y carácter del 18 de julio de 1936, tan español y tradicional como antirrevolucionario.
Por ello, por radicalmente revolucionario, aunque a su modo retorcido, ecléctico e inconfesado, el Régimen ha estado siempre al servicio de la Revolución, desde su primera cerrazón totalitaria hasta sus últimas aperturas “democráticas”.
Por ello, por revolucionaria, maquiavélica y materialista, la situación gobernante implanta en su día la Revolución nacional-sindicalista con su Partido único, a la vez que patrocina grupos de presión liberal-capitalistas, hijos también de la Revolución, y se beneficia ampliamente de ellos y de su sistema.
Y por ello, para ser revolucionaria hasta después de muerta, la tiranía que esclaviza a España impone hoy a D. Juan Carlos de Borbón como futuro rey del Movimiento, previo juramento de sus principios. Aunque, con el doble propósito de continuar el engaño de incautos y ampararse en el prestigio de lo tradicional, la dictadura elogie a la Tradición y adopte nombres suyos.
La Tradición no vive del elogio, sino de la virtualidad de su ser propio. No es la Tradición cuestión de nombres, sino de contenido y espíritu.
La Monarquía tradicional española es una Institución con características peculiares, que nada tuvieron de común con el absolutismo y el liberalismo de ayer, y nada tienen hoy de común con la forma “monárquica” elaborada por el Régimen, ni con el democratismo, falsamente monárquico, en boga en países extranjeros.
La Monarquía, en el conjunto de la Causa carlista, es una fecunda y gloriosa bandera, a la que sigue todo un ejército de instituciones propias, de libertades concretas, de concepciones autóctonas, de modos de pensar, de ser y de vivir, que España está ansiando intuitivamente en medio de sus angustias, inquietudes o inconformismos. Porque únicamente en ellas está la salud de una sociedad gravísimamente enferma por el virus de la Revolución que fracasa en todo el mundo y en todas sus vertientes, desde la liberal y democrática a la socialista y comunista. 
El Régimen imperante, por revolucionario, repugna y rechaza lo real y efectivo de la Tradición, su contenido y espíritu, para limitarse a unas proclamaciones nominales que no son más que apariencias con las que necesita encubrirse, ante la traicionada España del 18 de Julio, para consumar su obra revolucionaria.
Consumación que pretende realizar con la tiránica imposición de D. Juan Carlos. Con lo cual la frase dictatorial de que el Movimiento se sucede a sí mismo, descubre su verdadera pretensión: la Revolución se sucede a sí misma. 
En consecuencia, la Regencia Nacional, considerando cuanto se ha dicho y con la autoridad que le confiere el ser depositaria de la Legitimidad tradicional y abanderada auténtica del Carlismo –único representante de la verdad de España y del sano pueblo español– declara pública y solemnemente la absoluta ilegitimidad y la total nulidad de los actos de Madrid de 22 y 23 de julio de 1969.
Y exhorta a todos los españoles –y muy en particular a los más directamente vinculados al 18 de Julio de 1936– para que no sólo de modo pasivo, con frialdad y despego, sino positiva y decididamente, tengan también dichos actos por ilegítimos o inválidos.
Con conciencia firme de que en el artificio y la mentira está la esclavitud y en la verdad está la libertad, según la sentencia evangélica. 
Y de que en la liberación de todo engaño está el primer paso seguro para sanar a la Patria y encauzarla hacia su futuro definitivo.
En el nombre de Dios y con Su ayuda esperamos dar los pasos consiguientes.
¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España! ¡Viva el Rey legítimo!
                                                                 
                                                                  LA REGENCIA NACIONAL DE ESTELLA
En España, a 26 de octubre de 1969,
                                                                       Festividad de Cristo Rey.


 
2ª EDICIÓN – xi.1969 – La primera edición fue intervenida gubernativamente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario